me contaron que la hija de unos reyes del norte casó con
un príncpe meridional. Y ella era feliz en el reino de su
marido, que la amaba y la colmaba de placeres y bienes
pero llegó el invierno y tanta luz le resultaba extraña
y añoraba, sobre todo, la nieve que cubría su tierra natal,
pasear por ese manto frío que cambiaba el paisaje
así que estaba triste, anhelante
hasta que un día, a comienzos de año, descubrió desde
la ventana de su palacio algo sorprendente: parecía que la
nieve había llegado por la noche y había coloreado de
blanco el paisaje de almendros
eran las flores, una nieve diferente, más olorosa,
distinta
la princesa me lo contó, y yo hoy he visto que todo
aquello era cierto.